Crónicas de una feminista en pañales: Mi primer evento feminista
- Escritor de blog
- 21 sept 2020
- 7 Min. de lectura
Daniela Vera García
La toma del edificio de la que era la CNDH, ahora Casa Refugio Ni una menos, sucedió hace poco más de dos semanas. En estas dos semanas han pasado muchas cosas, desde la intervención de los cuadros de Madero, Hidalgo, Morelos y Juárez; hasta la “Antigrita” el pasado 14 de septiembre, un evento de protesta al grito de Independencia. Este es el evento del que les quiero platicar.

Personalmente me denomino “feminista en pañales”, pues, aunque siempre he creído en la equidad de género, no fue hasta hace un par de años que realmente me empecé a identificar como feminista. A lo mucho, tiene un año que realmente me empecé a informar, a escuchar podcasts, ver foros, leer artículos, etc. Definitivamente me falta muchísimo por aprender, aún hay muchas cosas que no entiendo , pero es un proceso personal y de mucha paciencia.
Precisamente la Antigrita fue el primer evento feminista al que asistí. No, nunca he ido a una marcha, ni masiva ni pequeña, y realmente me arrepiento de no haber ido el 8M. Por eso, cuando vi este evento, vi el programa, vi el horario, pensé “a huevo que ahora sí voy, aunque sea sola.” Y así fue. Me apuré con el trabajo que tenía, le pregunté a una amiga si me acompañaba y me dijo que no porque temía contagiarse de covid (con justa razón), así que me lancé sola; a falta de algo morado a la mano me puse algo negro, pedí un Didi al centro y fui.

Estaba nerviosa. Tuve varias dudas a lo largo del día, la más recurrente fue “¿yo qué carajos voy a hacer allá? A mí no me han matado a nadie, he sufrido de acoso, pero nunca de abuso sexual.” Lo que disipó esta duda fue que no tengo que esperar a que algo así suceda para apoyar y ser parte del movimiento, ¿dónde estaría la empatía de la que tanto hablamos? Es parte de lo que está mal cuando decimos “imagina que le pase a tu madre, hermana, hija, prima, amiga, esposa, novia”, ¿por qué esperar a que algo así de terrible suceda para que una persona (generalmente un hombre) sienta empatía por el movimiento y nos deje de llamar vándalas o revoltosas? Al final del día, soy una mujer en México, un país machista, feminicida, violador, acosador, corrupto e impune. Tal vez no estoy pidiendo justicia para mí, pero para otras tantas sí, porque son mis hermanas, mis compañeras.
El evento empezó a las 5, pero yo estaba tomando el Didi a las 6. En el camino, me dijo el conductor: “a ver si está abierto, ves que están las mujeres ahí, hace rato pasé y había un desmadre.” Yo, en mi cobardía, solo dije: “sí, pues si está cerrado, caminaré”. No me atreví a decirle que iba con las mujeres que estaban en el centro. No tuve el valor. Me sudaban las manos. Le avisé a mi mamá y a mi novio, les mandé mi ubicación por 8 horas, pues pensaba quedarme hasta el final. Llegamos a la Alameda, el tráfico estaba pesadísimo, había vallas con pintas de marchas pasadas cercando los preciados monumentos; nos acercamos a Eje Central y empecé a ver policías con chalecos rosas cerrando las calles. Me asusté y me saqué de onda, pero ya estaba ahí, ya no tenía caso volver. Le dije al conductor que me dejara a dos cuadras de República de Cuba, y esas dos cuadras estaban atestadas de policías que no dejaban a nadie entrar, pero sí salir. Sin embargo, en República de Cuba no había ningún policía bloqueando la entrada, así que pasé. Mientras caminaba al número 60, noté que en las calles contiguas también había policías, una compañera me dijo que hasta había granaderos.

Llegué a donde estaban reunidas las compañeras, en ese momento estaba cantando alguien, no supe quién pues no estoy familiarizada con la música feminista; busqué un lugar atrás donde pudiera ver bien los balcones desde los cuales se presentaron cantantes, comediantes, madres de víctimas, representantes de las colectivas, etc. Al principio me sentí un poco fuera de lugar porque casi todas iban con amigas o conocían a otras chicas que ya estaban ahí, pero decidí ignorar el sentimiento, al final todas estábamos en sintonía.
Poco después de que llegué se presentaron Myr Ramírez y Lapalina, excelentes comediantes que nos hicieron reír bastante. Luego salió Esmeralda Soto y dio un discurso que me puso la piel chinita, algo que nunca me había pasado. Fue sumamente empoderador. Admiro mucho a esta influencer, y verla ahí apoyando, gritando, brincando con nosotras, se sintió muy bonito. Tal vez el ver una cara familiar, aunque nunca he hablado con ella, me ayudó a dejar de lado el sentimiento de alienación, y hasta de vergüenza, pues de pronto no sabía si gritar o aplaudir o dejar mi puño arriba por un “qué dirán”, pero repito, todas íbamos a eso, a gritar, a protestar, era tonto haber ido a un evento de protesta y no protestar.
Empezaron los cantos de protesta, los cuales tampoco me sabía, pero los aprendí rápido. “¡El que no brinque es macho! ¡El que no brinque es macho! ¡El que no brinque es macho!” Y pues brinqué, ¡porque no soy macho!
Después habló la fundadora de “Mujeres ¿menos? Poderosas”, luego leyeron un comunicado de la colectiva de Manada Periferia. Se habló de la represión que vivieron en Ecatepec cuando intentaron tomar la CODHEM, y decían que porqué hablar de una periferia, porqué de un lado de una calle tienen unos derechos y del otro ya no.
Cantó Masta Quba con MarieV. Adivinaron: tampoco sabía quiénes eran, pero todas las demás estaban tan entradas en el hip hop que les seguí la corriente. Entre canción y canción, se entonaron más cantos de protesta que fui aprendiendo y gritando a todo pulmón. Era vigorizante y, conforme iban pasando tanto las víctimas como madres de otras tantas víctimas, una excelente manera de sacar toda la rabia por tanta impunidad y falta de interés de las autoridades.

Como a las 8 y algo, casi 9, me fui a sentar a la banqueta, a mi lado estaban una mujer con su hija de unos 10 años aproximadamente. Me preguntaron si ya había pasado Masta Quba. Les dije que sí, pero no tenía mucho de haber terminado. Me invitaron un churro de “La churrería El Moro” que me cayó como anillo al dedo porque me empezaba a dar hambre y su servidora no fue muy inteligente ya que no llevó efectivo y no hay cajeros por la zona. Platicamos un poco, desde dónde nos habíamos trasladado, le comenté que iba sola, hablamos de los puercos (policías). En eso un hombre en motocicleta quiso pasar por en medio del montón de mujeres que estábamos a media calle, no lo dejamos, era posible pasar por otra ruta, no había necesidad de pasar a huevo por ahí.
Como a las 9 y media salió Vivir Quintana. Se equivocan, a ella sí la conozco. Presentó a sus músicas mientras mis nuevas amigas y yo buscamos un buen lugar desde donde ver el balcón. Empezó a cantar “Sorora”. Pasó una compañera encapuchada diciendo que agarráramos de las manos porque esa es nuestra canción, y eso hicimos. Se me salieron las lágrimas. No pude ni quise evitarlo. Después empezó “Canción sin miedo” y todas cantamos al unísono. Dejé de sentirme sola. Dejé de sentirme ajena. Sin embargo, tampoco podía evitar desear que mi hermana estuviera allí conmigo. Mi hermana, mi madre, mis primas, mi mejor amiga, pues es a ellas a quienes les canto.
Cuando acabó “Canción sin miedo”, mis nuevas amigas se fueron. Se ofrecieron a llevarme, les preocupaba que me fuera a ir sola, pero yo quise quedarme hasta el final. En ese momento, Vivir cantó una canción nueva que casi nadie conocía, luego empecé a ver fuego en uno de los extremos del “círculo”, no alcancé a ver qué era porque estaban todas amontonadas, pero después me enteré de que era una piñata del presidente.
Vivir se fue, y pasaron a hablar más madres de víctimas, en este caso venían desde la sierra de Guerrero y en el balcón las acompañaba Yesenia Zamudio. No voy a hablar de la polémica con la señora porque no creo que me corresponda, pero sí les puedo a decir que, así como habla en el video con el que se hizo viral, habla todo el tiempo.
Recordemos que el Refugio no es solo para familias de víctimas de feminicidio o de abuso sexual, también es para las familias de las víctimas de desapariciones forzadas. Y las madres de Guerrero vinieron desde allá para pedir justicia por sus hijos, hermanos, esposos, etc. Hubo una mujer que pedía justicia por su hermano, nos contaba cómo es que buscan y encuentran fosas clandestinas con varillas.
Entre testimonios cantábamos “¡Hermano, escucha, tu hermana está en la lucha! ¡Hijo, escucha, tu madre está en la lucha! ¡Hija, escucha, tu madre está en la lucha! ¡Esposo, escucha, tu esposa está en la lucha!”. Fue una experiencia esclarecedora. Debo admitir que, en mi privilegio de citadina, se me olvida que en los otros estados del país la situación está cabrona. Me hizo recordar a la escritora veracruzana afro japonesa chicana (sí, todo eso), Jumko Ogata. En el foro de Antirracismo, ella mencionaba que el activismo en México es bastante “chilagocentrista”, en el momento no comprendí del todo, pero ahora entiendo realmente a lo que se refería. Desde estas mujeres en Guerrero o en Yucatán, hasta la represión policial en Ecatepec.

A estas horas ya no éramos tantas, y estábamos casi todas sentadas en silencio, simplemente escuchando. Cuando terminaron de hablar todas las madres, dijeron “Nos vemos en la que sigue” y cerraron las ventanas de los balcones, así que empecé a ver para dónde caminar que no estuviera tan solo. Finalmente di con unas chicas que iban hacia una estación del metro, les pregunté si podía caminar con ellas y aceptaron. Mientras, íbamos platicando de lo vivido, nos presentamos, pero no nos dimos más que nuestros nombres de pila. Me esperaron a que llegara el Didi que pedí y nos despedimos.
De un tiempo para acá me da miedo, casi pavor, tomar cualquier servicio de taxi a altas horas de la noche sola, pero ese día la universa estaba conmigo, porque era una mujer quien iba al volante de ese Didi y no saben el alivio que sentí. Estaba tan a gusto, que íbamos platicando como si nada. Llegué a mi domicilio exhausta, hambrienta y extasiada. No podía creer lo que acababa de pasar, la sororidad que viví, desde la primera sonrisa amistosa, hasta las chicas que se aseguraron de que todo estuviera bien con el taxi que tomé.
No vas sola, vamos todas.
Vivir Quintanta, Sorora.
Gracias por llevarme a dónde aún no tengo el valor de ir sola