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Déjame te cuento… de mi depresión

  • danni.dann.09
  • 10 dic 2020
  • 4 Min. de lectura

Daniela Vera García


Advertencia: este artículo menciona suicidio.


Antes que nada, quisiera decir lo obvio: este artículo es sumamente personal, pero espero que ayude a alguien que esté atravesando por lo mismo o por algo similar. No pretendo diagnosticar ni que se auto diagnostiquen, pues yo no soy psicóloga, simplemente pretendo que no se sientan solos y, tal vez, convencerlos de buscar ayuda profesional.


He tenido episodios de depresión desde la adolescencia, recuerdo que los más intensos empezaron desde que estaba en la universidad, pero hubo uno a principios de este año (todavía ni sabíamos de esta pandemia loca), que fue el que me llevó a buscar ayuda profesional. Especifico el tipo de ayuda, porque de cierta manera traté de buscar ayuda con mis amigos y familia, pero ni ellos sabían qué hacer ni yo sabía comunicar lo que necesitaba. Ya llegaremos a eso.


Recuerdo que cuando murió Robin Williams fue un shock para mí. Yo tenía 21 años y uno de mis actores favoritos se había SUICIDADO. No lo podía creer. No es que siguiera toda su vida personal, solo me parecía difícil de creer que alguien que se dedicaba a hacer reír a la gente, que se viera tan animado en sus entrevistas, etc., hubiera decidido terminar con su vida. Claro que el caso de la depresión tan severa de Robin Williams es punto y aparte, pero entonces entendí que una persona con depresión no siempre se ve triste o desolada.


En ese sentido, mi caso era similar. Dudo mucho que alguien en la universidad se haya dado cuenta de que estaba deprimida… Mi familia nuclear no lo notó. Lo que yo presentaba a las personas que me rodeaban no era una versión completa de mí: hablaba de mis alegrías y de enojos; nunca de mis tristezas o de preocupaciones reales. La verdad es que no fue culpa de mis amigos el no saber que algo andaba mal, pero tampoco mía. No sabía cómo lidiar con lo que sentía y mucho menos expresarlo. No tenía las herramientas que hoy, después de tanto, estoy adquiriendo.


Saltemos en el tiempo a mi cumpleaños este año, a principios de febrero. Para ese día llevaba ya un par de semanas sintiéndome mal, pero asumí que se me pasaría, “como siempre”. En fin, llegó el fin de semana de mi cumpleaños, mi novio tenía todo el fin planeado maravillosamente, y yo solo podía pensar en que ya no quería existir. No era el número de cumpleaños, no era nada externo. Yo simplemente quería dejar de existir, no cumplir más años, no llegar a la semana siguiente.


Jugueteé con la idea del suicidio muchas veces, más de las que me gustaría admitir, pero nunca lo intenté. Solo imaginaba los distintos escenarios y qué tanto dolería o tardaría. Lo que me detenía cuando vivía con mis papás era la idea de traumatizar a mis hermanos; viviendo sola, lo que me detenía era la idea de traumatizar a mis roomies, a mi novio, a mi mejor amiga.


Luego vino la culpa. ¿Por qué me siento así? Tengo un novio que me ama, tengo amigos excelentes, tengo una familia que me quiere, tengo trabajo, tengo comida, tengo techo. Esto de la depresión es un círculo vicioso de culpas, de sentir que algo estás haciendo mal, de no tener fuerzas para hacer nada, de auto desprecio y de autoestima por los suelos. No me quería levantar de la cama, a veces no quería comer, otras, solo quería alimentos con azúcar. Ese sentimiento de ya no querer existir era cada vez más invasivo y difícil de controlar, pero al parecer una parte de mí todavía quería existir.


Esta vez, era evidente que algo me pasaba. Ya no me salía tan bien el ocultarlo.


Un día, antes de mi cumpleaños, un amigo me preguntó qué me pasaba, traté de explicarle como mejor pude que no me sentía bien, que, aunque riera, no era feliz. Él solo guardó silencio, se notaba incómodo, pero aprecié mucho ese silencio. Estaba tan harta de los “échale ganas”, “ánimo”, “elige ser feliz”, que ese silencio fue muy reconfortante. Muchas veces es mejor guardar silencio, SOLO ESCUCHAR, no es a huevo decir algo. Si quieren decir algo, que sea un “¿puedo hacer algo?”, “¿qué necesitas?”. Comprendo que las primeras frases no son malintencionadas, es lo primero que nos viene a la mente cuando alguien nos cuenta de su tristeza, pero son terribles. En ese abismo en el que estaba mi cerebro lo que pasaba era una espiral como “no le estoy echando suficientes ganas, no puedo salir de aquí porque no tengo suficiente ánimo, pero no puedo ni salir de la cama”. Y así, el círculo vicioso vuelve a comenzar.


Un par de semanas después de mi cumpleaños me armé de valor, le pedí a una amiga el número de su psicólogo. Al día siguiente volví a agarrar valor para marcar el número y hacer una cita para esa semana. Recuerdo muy bien ese día, es un parteaguas en mi vida y, a mi parecer, uno de los más grandes actos de amor propio que he llevado a cabo.

Actualmente sigo en terapia, trabajando todos los días en estar mejor, en trabajar en mis traumas y en reconciliarme con mi propia vida.


Ahora sé la importancia de tener un círculo de apoyo funcional, de tener cerca personas en las que me puedo apoyar más y con las que sienta que mis emociones son validadas, trabajo cada día en no esperar a que me pregunten si pasa algo para expresarlo. También he aprendido un poco a la “mala” con quiénes sí puedo hablar con libertad, con quiénes debo filtrar ciertas cosas y con quiénes de plano no puedo platicar de estas cosas. Y está bien. No a todos se nos da escuchar, no a todos se nos da hablar.


Por eso es importante acudir con un profesional de la salud mental que estudió precisamente para darnos los recursos y herramientas para poder salir de hoyo. Ir con un psicólogo no es sinónimo de locura irreversible. En los medios nos hacen ver que ir a terapia es algo negativo, que si vas ahí es porque nadie más puede contigo, porque ya estás a un paso de la locura y de ser encerrado en un hospital psiquiátrico, cuando la realidad es que atender a nuestra mente es tan importante como atender a nuestro cuerpo. Ir a terapia es encontrar un espacio seguro en el que se puede hablar de lo que sea, en el que todo lo que se siente se vale, en el que se va a sanar todas esas heridas internas que ni sabíamos que teníamos.

 
 
 

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