MIGRACIÓN, UN PROCESO HUMANO CONVERTIDO EN PROBLEMÁTICA INTERNACIONAL
- Raquel García
- 30 sept 2020
- 6 Min. de lectura
Varios de los problemas más grandes de la sociedad contemporánea tienen que ver con los procesos migratorios, desde los desplazamientos forzados causados por los conflictos bélicos en Medio Oriente, hasta las movilizaciones causadas por la violencia y la pobreza en toda América Latina.
Mohsin Hamid alguna vez escribió para National Geographic[1], y dijo que el ser humano es una creatura migrante, esta afirmación me parece sumamente interesante, ya que solemos abordar este fenómeno como una mera estadística, o como parte de un problema que debe ser solucionado; lleno de gráficas y estadísticas; cuando debería más bien estudiarse el proceso humano de la migración, aproximarse a la naturaleza de este fenómeno, las causas, sus orígenes, sus formas y su concepción a través del tiempo. Por otra parte, podríamos aproximarnos a un estudio del discurso que se ha formado alrededor de la migración en los últimos años, para de esta forma poder analizar su trasfondo político y social; habría que preguntarnos cuáles son las verdaderas problemáticas de la migración, de dónde surge la necesidad de distinguir entre ciudadanos nativos y ciudadanos provenientes de otras naciones, quién es considerado migrante, entre muchas otras cuestiones que en este momento y en este breve trabajo no podrán ser resueltas.

En primer lugar, y retomando la premisa de Hamid, me gustaría reflexionar sobre la migración y los flujos migratorios en algunos episodios de la historia; ya que hay que considerar que siempre hay un motivo detrás de toda acción humana. Sabemos que las razones para salir del lugar de procedencia son muchas, las más comunes pueden ser la búsqueda de nuevas oportunidades laborales y el escapar de condiciones adversas como guerras, persecuciones o violencias de cualquier tipo; y estas razones tan comunes hoy en día, han sido la causa de movilidades humanas a lo largo de toda la historia.
Pensemos, por ejemplo, en el caso de los trabajadores medievales, los constructores de catedrales u otros obreros, que peregrinaban de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, buscando catedrales u otras construcciones en las que se les pudiera emplear, y es de hecho este flujo, este movimiento, el que llevó a la propagación del estilo gótico, por ejemplo; la dinámica de esta migración logró que el conocimiento se transportara de un lugar a otro, que se desarrollara y puliera la técnica, el estilo; logrando crear muchos de los edificios más hermosos en la historia del arte, edificios que aún hoy son apreciados, y que además unifican Europa. No se trató de una corriente regional, sino que su esplendor está también en la forma en la que logró llegar a muchos de los rincones más lejanos del continente[2]; si analizáramos y percibiéramos la migración cómo pensamos en las catedrales, muchos de los prejuicios podrían dejarse a un lado.
La migración se trata de una dinámica humana, que ha estado siempre presente y que ha sido fructífera de muy distintas formas, gracias a esta ha habido intercambios culturales, artísticos e intelectuales que han llevado a muchas de las grandes creaciones de la humanidad.

Podríamos pensar también en las migraciones que se dieron a lo largo de la conocida “Ruta de la Seda” en dónde cientos y miles de comerciantes se movilizaban, transportando productos y conocimientos de un continente a otro. Sería absurdo pensar que en estos procesos no se dieron flujos migratorios, en donde comerciantes de uno y otro continente (Europa y Asia) salían de sus lugares de procedencia y trasladaban su residencia a otro pueblo o ciudad por el que pasaba dicha ruta comercial, creando así zonas y regiones en donde el intercambio cultural, intelectual y comercial fue altísimo y muy enriquecedor.
Otro momento importante podríamos localizarlo en la caída del Imperio Bizantino a manos de los turcos otomanos y las salidas de grandes grupos de la población que escapaban de la violencia y la guerra que este ataque desencadenó; estos grupos, educados de manera muy distinta a la europea, con otros conocimientos, técnicas y concepciones de la vida y la realidad, llegaron a reinos europeos, en su mayoría italianos, y sumado a las condiciones de la época, propiciaron un intercambio intelectual y artístico tan grande, que muchos autores lo consideran como parte fundamental del surgimiento del Renacimiento.
Podríamos también reflexionar sobre la migración en las cruzadas, o en la historia antigua con los flujos de pueblos bárbaros que entraban continuamente al Imperio Romano, o las transiciones de la población en la continua caída de imperios en el Cercano Oriente, el intercambio y apropiación cultural que se dio durante la expansión del Islam[3], las migraciones que hubo a América después de su descubrimiento.
Pero sobre todo habría que preguntarnos en qué momento estos flujos de población, este dinamismo, dejó de verse como parte de un intercambio cultural o intelectual, como parte de la misma formación y devenir de los hechos históricos y de la composición de nuevos paradigmas, sistemas políticos y expresiones culturales, y comenzó a ser percibido como un problema que pone en riesgo a algunas naciones, habría que pensar en qué momento comenzó a verse como un fenómeno que busca ser erradicado.
EL NACIONALISMO Y LA MIGRACIÓN
¿En qué momento de la historia podríamos ubicar el comienzo de la percepción negativa hacia la migración? En mi opinión, creo que podemos localizarla con el surgimiento de los nacionalismos; la repentina necesidad de definirse a sí mismos, de diferenciarse de las otras naciones, llevó a la creación de distintas herramientas para crear identidad, como los símbolos patrios, la historia nacional, los mitos, el idioma e incluso la religión.

Sumados en su mayoría a la distinción racial, que en primera instancia surgió en autores como Hegel, y que buscó establecer una supremacía de las “razas” europeas sobre las de otros continentes, en parte como una forma de justificar el colonialismo, que durante el siglo XIX comenzó a darse con gran fuerza[4]. Esta situación fue avanzando y cada vez más filósofos y académicos comenzaron a teorizar sobre la nación y sobre el origen de las distintas razas, de hecho, en el año de 1882, el historiador, arqueólogo, filólogo y filósofo francés Ernest Renan promulgó un ensayo titulado ¿Qué es una Nación?, en dónde rebatió los argumentos sobre los que comenzaban a basarse las naciones y comenzó afirmando que el ser humano no tiene un origen fijo, estático, las naciones de todo el mundo están compuestas no solo por una raza, sino por la mezcla de diversas razas, que a lo largo de la historia se han trasladado de un lugar a otro y se han mezclado:
“La verdad es que no hay raza pura, y que hacer reposar la política sobre el análisis etnográfico es hacerla montar sobre una quimera. Los más nobles países —Inglaterra, Francia, Italia— son aquellos donde la sangre está más mezclada. ¿Representa Alemania respecto de esto una excepción? ¿Es un país germánico puro? ¡Qué ilusión! Todo el sur ha sido galo. Todo el este, a partir del Elba, es eslavo. Y las partes que pretenden ser realmente puras, ¿lo son en efecto? Tocamos aquí uno de los problemas sobre los cuales importa más hacerse ideas claras y evitar equívocos”[4]
Podemos fácilmente vislumbrar la preocupación que ya desde entonces generaba, la muchas veces aferrada, búsqueda de la raza originaria, de encontrar lo propio y lo genuino en un mundo que siempre ha funcionado gracias al movimiento y a la transmisión de conocimientos, a la mezcla de técnicas, de razas.
Como sabemos, el nacionalismo sumado a la crítica situación internacional, llevaron a la explosión de las dos Guerra Mundiales durante la primera mitad del siglo XX; sin embargo, aunque quisiera muchas veces pensarse lo contrario, las ideas que tanto moldearon el mundo a finales del siglo XIX y principios del XX, siguen sumamente presentes en la sociedad contemporánea; en las escuelas se sigue enseñando la historia oficial recabada durante estos siglos, se nos sigue enseñando a amar nuestra patria y sus tradiciones, que prácticamente son inamovibles; se nos ha enseñado que aún a pesar de vivir en un mundo de constante cambio y transformación tecnológica, científica e ideológica; los sentimientos nacionales, la historia y las tradiciones, permanecen estáticas y nos dan la identidad que ningún otro elemento podría darnos.

Me parece que esta concepción es sumamente errada, el ser humano es un ser transitorio, que se mueve constantemente a través del tiempo y del espacio, que cambia, se ajusta, transforma; no podemos, por lo tanto, quedarnos con una idea tan cerrada de lo que significa pertenecer a una nación. La identidad y lo puramente nacional, no emana únicamente de ese pasado estático que se enseña, de esas tradiciones y costumbres, sino que se construye también con los acontecimientos diarios, con las nuevas formas de expresión, de nombrarnos a nosotros mismos, de las nuevas tradiciones y de las nuevas interpretaciones del pasado, del flujo, del movimiento, de los seres humanos que van y bien, que traen y llevan costumbres, historias y conocimientos.
La humanidad y la identidad van mucho más allá de las fronteras invisibles que los nacionalismos han impuesto.

[1] Mohsin, Hamid, “In the 21st century, we are all migrants” en National Geographic, Agosto 2019, en https://www.nationalgeographic.com/magazine/2019/08/we-all-are-migrants-in-the-21st-century/ [2] Von Simson, Otto, The Gothic Cathedral, Origins of Gothic Architecture and the Medieval Concept of Order, Estados Unidos, Princeton University Press, 1989, pp. 3-20 [3] Mantran, Robert, La expansión musulmana (siglos VII al XI), Barcelona, Editorial Labor, 1973, pp. 83-86 [3] Jarillo Gómez, Juan Luis, “La Idea de Nación: Fichte y Hegel” en SABERES. Revista de estudios jurídicos, económicos y sociales, UNIVERSIDAD ALFONSO X EL SABIO Facultad de Estudios Sociales Vi l lanueva de la Cañada, Vol. 3, 2005, p. 2 [4] Renan, Ernest, ¿Qué es una Nación?, Francia, 1882, edición digital Franco Savarino, 2004, p. 6
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