¿Quién SOY? Respuesta en construcción
- Escritor de blog
- 14 oct 2020
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Adultez emergente como una oportunidad para consolidar la identidad
Magdalena Morales García, 13 de octubre
¿Quién soy? La primera vez que nos planteamos esta pregunta es en la adolescencia, por primera vez se nos ocurre que no sabemos la respuesta y aunque quizá para algunos la pregunta nunca llega a manifestarse de manera explícita en la mente, si se ha comprobado que una de las características principales de esta etapa es la búsqueda constante de la identidad. Este proceso rara vez se completa antes de los 25 años y es a partir de este periodo que elegimos determinados valores e ideologías con las que se va dando forma a quién queremos ser y qué dirección queremos tomar en nuestra vida adulta.

Desde la psicología evolutiva se ha estudiado el desarrollo humano con la intención de explicar cómo aprendemos, actuamos, decidimos, sentimos y nos relacionamos con otras personas. En este contexto la teoría del desarrollo psicosocial de Erik Erikson distingue ocho etapas a través de las cuales una persona va enfrentando a dos polos opuestos.
Durante en 1er año de vida: confianza básica vs desconfianza básica en los demás
Entre el 2o y 3er año: autonomía y vergüenza o duda
Entre el 3er y 6o año: iniciativa y culpa
Entre el 6o y 12o año: laboriosidad e inferioridad
Durante la segunda década de vida: identidad y confusión
Entre 20 y 40 años: intimidad vs aislamiento
Entre los 40 y los 65 años: productividad vs inactividad
Entre los 65 años y la muerte: integridad vs desesperanza
Aunque las edades son una aproximación que no siempre se cumple puntualmente, estos rangos teóricos ofrecen un marco de referencia para comprender la secuencia del desarrollo psicosocial que sigue toda vida humana.
Según la teoría psicosocial, durante los primeros tres años de vida el ser humano aprende a interactuar con su entorno basado en la confianza o la desconfianza, adquiriendo autonomía o duda respecto a sus propias capacidades, a partir de las cuales empieza a tomar la iniciativa para diversas actividades. Por eso los cuidadores principales tienen un papel primordial en la vida del bebé, ya que a través de ellos el infante irá aprendiendo a comunicarse e integrarse a la sociedad: es en estas primeras etapas la supervivencia del bebé que dependerá de los cuidadores y esto genera un vínculo basado en la protección y cuidados; pero el apego también tiene gran importancia emocional porque la presencia de los cuidadores generará en el infante la sensación de seguridad.
Estas figuras protectoras representan bienestar para el infante porque son los principales recursos emocionales y sociales que necesita para cubrir sus necesidades. En este sentido es importante construir una confianza interna saludable en el bebé, basada en que aun si el cuidador principal no está a la vista aparecerá cuando sea necesario. Ya a las ocho semanas los bebés sonríen, se aferran o buscan la mirada del cuidador como un medio de fortalecer este vínculo y a partir del cual se genera la confianza, no solo porque existe la certeza interna, también porque el infante aprende que tiene los medios para obtener lo que necesita.
En los siguientes seis años de vida y hasta que inicia la adolescencia, los niños basan su autoestima en qué tan capaces se sienten para realizar las tareas que se les piden en la sociedad donde han crecido. En esta etapa aprenden las habilidades básicas necesarias para sentir que tienen las mismas competencias que los otros niños, de no ser así, desarrollarían un sentido de inferioridad dañino para su salud. Aunque hay muchas variables involucradas, esta es una de las razones por las que se pueden presentar problemas como la ansiedad, la fobia social, violencia escolar o depresión infantil (nunca es un chiste cuando alguien siente que no puede con su vida).
La salud en esta etapa de vida puede protegerse y fomentarse a través de las relaciones familiares o al menos un vínculo sólido con algún adulto competente. También es importante la educación para el desarrollo de habilidades cognitivas en la resolución de problemas que ayuden a afrontar la adversidad, protegerse de situaciones desfavorables, regular la propia conducta y aprender de las experiencias vividas. La clave en esta etapa —y en realidad durante toda la vida— es la adaptación, es en este punto cuando uno aprende a adaptarse con las habilidades que se tienen.
En 1968 Erikson publicó su libro Identity: Youth and Crisis, en el que compilaba todos sus ensayos e investigaciones sobre la crisis característica de la adolescencia. Casi todas las etapas propuestas por Erikson pueden delimitarse (más o menos) por un rango de años, pero la menos específica de todas es la crisis que ocurre en la adolescencia: identidad vs confusión. Como mencioné al principio es en esta etapa cuando empieza la difícil tarea de averiguar la respuesta a la pregunta “¿quién soy?” Se descubre “¿quién quieren los demás que sea?”, “¿quién puedo ser?” y eventualmente la respuesta a “¿quién quiero ser?”. Para resolver la pregunta es necesario cuestionar lo que ya se sabe, y partir de algunas experiencias en las que exploramos otras posibilidades disponibles.
Sin embargo, no todos concluyen este proceso de forma enteramente satisfactoria. A partir de sus investigaciones para entender mejor el proceso mediante el cual se construye la identidad, James E. Marcia propuso cuatro estadíos en los que puede situarse la identidad.
Identidad difusa: Sin hacerse preguntas ni buscar respuestas.
Identidad moratoria: Haciéndose todas las preguntas sin haber encontrado una respuesta satisfactoria
Identidad hipotecada o excluyente: Prefiere no hacerse más preguntas que aquellas para las que alguien más ya eligió una respuesta.
Identidad lograda: Se ha hecho todas las preguntas y ha encontrado la respuesta más satisfactoria.
El proceso puede ocurrir más o menos así: Priscila es una niña de 10 años que ama dibujar, gran parte de su tiempo la ha pasado garabateando en las esquinas de los libros y jugando con la colección de colores que ha acumulado durante toda su vida y que cuida con su alma. Conforme va pasando el tiempo, empieza a dedicar más tiempo a su círculo social, toma algunas clases de baile porque le da miedo hacer el ridículo en las fiestas, entra a un curso de artes marciales con sus amigas. En clases se aburre terriblemente cuando debe estudiar gramática, aunque le agrada la maestra y le gustaría ser buena en esa materia solo por agradarle. Sin darse cuenta, cada vez dedica menos tiempo a sus cuadernos de dibujo, pero años después vuelve a sacarlos del cajón y se da cuenta de lo mucho que los extrañaba.
Vuelve a pasar horas con sus colores, toma varios cursos de diseño e ilustración y cuando sus padres le preguntan si ya ha decidido qué carrera quiere estudiar, está casi segura de que tiene que ser algo relacionado con el dibujo. Después de algunos años, entra a estudiar diseño gráfico en la universidad pero no termina de sentirse cómoda. En la carrera le explican que puede especializarse, pero ninguna opción la convence completamente. Consigue el título y, tras mucho batallar, con varias opciones de trabajo. Finalmente entra a un curso de ilustración editorial, donde finalmente siente que ha encontrado su vocación.
El caso de Priscila es un ejemplo de identidad lograda: cuando tenía diez años ni siquiera se había planteado la posibilidad de que dibujar pudiera ser una forma de ganar dinero, su identidad vocacional era muy difusa en ese momento. Cuando tuvo que elegir una carrera empezó a preguntárselo y entró en la identidad moratoria, llena de dudas y fracasos. A Priscila le tomó entre diez y quince años finalmente construir su identidad laboral, y aún puede cambiar un poco más. Quizá cuando sea mayor deje de sentirse cómoda con esa ocupación y dedique sus años dorados a la pintura al óleo. Es importante entender que la identidad tiene diferentes componentes y se dirige a diferentes áreas de nuestra vida y no todos los casos resultan tan fáciles como el de Priscila.

Otro ejemplo que puede ayudarnos a entender un poco las condiciones necesarias para la construcción de la identidad es la película Enola Holmes, producida por Netflix, dirigida por Harry Bradbeer, basada en el libro de Nancy Springer. Sin contarles spoilers (vale la pena que puedan verla por ustedes mismos), puedo decirles que para la protagonista se vuelve imperativo averiguar qué quiere hacer de su vida. Algunos personajes ya han planeado lo que ella debe ser, mientras otros le dan vía libre para explorar y decidir por sí misma el camino que quiere seguir. A ratos da la impresión de que la han dejado abandonada a su suerte, pero poco a poco se nota lo importante que era este aparente abandono y cómo la prepararon durante toda su vida para poder actuar conscientemente cuando llega el momento. Como toda película, peca de idealista, sería difícil que la identidad pudiera consolidarse tan exitosamente en unos pocos días, a los 16 años, con un nivel tan alto de presión y ante tantos eventos que podrían resultar traumáticos.
En realidad, y como mencionaba anteriormente, la identidad rara vez se logra antes de los 25 años. Al llegar a los 20, hay quienes nunca entraron en la crisis de identidad, algunos se cuestionan ciertas cosas pero no cuentan con la confianza y/o los medios necesarios para resolver la crisis por lo que prefirieron enterrar las preguntas y volver a una identidad difusa o elegir el futuro previamente planeado para ellos.
La construcción de la identidad tiene mucho que ver con las condiciones socioeconómicas, la relación con la familia de origen, las habilidades académicas y sociales aprendidas, las experiencias vividas, el círculo social y un largo etcétera. Hacia los 20 años, una vez concluida la adolescencia inicia la adultez emergente, que dura hasta los 30 años aproximadamente, y es, para muchos, la transición hacia la identidad adulta. En estos años ocurre el recentramiento de la responsabilidad, el poder y la toma de decisiones sobre la propia vida, de forma que pasan gradualmente de recaer en la familia de origen, para centrarse en la persona individual. En esta fase se asumen algunos compromisos y se obtienen los recursos necesarios para mantenerlos.
Tradicionalmente, en la vida adulta era necesario mudarse de casa de la familia de origen, conseguir un trabajo estable, casarse y tener hijos, específicamente en ese orden. Actualmente el proceso es bastante más complicado y creo que es tiempo de cuestionar la idea de que hay un solo camino para llegar a la madurez y el éxito personal. Hay demasiadas variables en el juego como para que sea posible limitar el camino a una sola ruta aceptable. La meta finalmente es tomar consciencia de nuestra propia vida y las consecuencias de nuestras acciones en el entorno que habitamos.
Es importante que el adulto joven adquiera conciencia de sí mismo como un ser individual que forma parte de un contexto concreto. En el caso de las minorías, por ejemplo, una identidad positiva sería conocer sus raíces y características distintivas, aceptarlas y también valorar las propiedades positivas del contexto mayoritario en el que se desenvuelve, de forma que se proteja la autoestima y la salud social.
Podría decir que una fórmula para construir la identidad satisfactoria parte de descubrir lo que ya sabe de sí mismo hasta el momento para tratar de averiguar si ya tiene respuesta a estas complicadas preguntas: ¿Quién soy? ¿Quién quieren los demás que sea? ¿Quién puedo ser? Y ¿Quién quiero ser?
Quizá no tengas todas las respuestas (es lo más probable) o tal vez parecerá que la respuesta está incompleta, y eso es completamente normal. La identidad es un proceso en constante construcción, nunca termina del todo y puede cambiar en cada etapa de nuestra vida. Lo primordial es la flexibilidad, reconocer que no hay absolutos y que hay demasiadas cosas fuera de nuestro control, por lo que querer abarcarlo todo resultaría frustrante e insatisfactorio.
Escoge pocas tareas en las que puedas volcar todas tus energías y resolver esta enorme duda de ¿quién quieres ser?
Referencias
Palacios, J., Marchesi, A. & Coll,, C. (2014) Desarrollo psicológico y educación, 1.. Psicología evolutiva. Madrid:Alianza Editorial.
Papalia, D., Olds, S. & Feldman, R. (2005) Psicología del desarrollo de la infancia a la adolescencia, Novena. edición. México: McGrawHill
Papalia, D., Feldman, R. & Martorell, G. (2012) Desarrollo humano (12a ed) México:McGrawHill
Buen artículo Male!